jueves, 27 de octubre de 2011

HACIENDES SAN CARLOS

MOLINO DE SAN CARLOS:
Detrás de cada hacienda, de sus muros y grietas, jardines y fuentes, siempre se esconden leyendas sobre los antepasados que las habitaron. Son haciendas que cargan con cientos de años de vida, terrenos en los que vivieron indígenas, españoles, hacendados criollos, terrenos en los que se libraron y perdieron batallas. Cada vez que alguien entra a una vieja hacienda de la sabana siente el peso del pasado y la magia de lo que está por venir. Por eso vale la pena contar brevemente la historia de la hacienda San Carlos, así como las leyendas que habitan en ella.

Mucho antes de que estas tierras pasaran a ser propiedad de los españoles, vivían allí comunidades de indios que cultivaban la tierra libremente. Alrededor del año 1500 llegaron los españoles a Subachoque y, en palabras del oidor Miguel de Ibarra, esta fue su primera impresión sobre estos terrenos: Toda esta pobre gente está viviendo sin pasto espiritual y sin juez que administre justicia, por no permitirlo la fragosidad de los caminos y su distancia… Losespañoles llamaron “resguardos” a la tierra que habitaban los indígenas, lugares bellísimos en donde se cultivaban productos agrícolas y  se criaban distintas especies animales.
En 1541 le fueron adjudicadas estas tierras al soldado español Domingo Ladrón de Guevara, del ejército de Nicolás de Federmán y Jorge Hohermout. El bisnieto de don Domingo le vendió las tierras a don Alonso Galdamez y establecieron una cría y maestranza de yeguas, caballos y mulas, los vehículos de transporte de la época. Por eso a esta zona se le conoce como la yeguera.

Pasaron los años y la “yegüera” pasó a ser propiedad de Juan Evagelista Manrique quien había tenido que abandonar sus haciendas debido a la guerra civil que se desató entre 1861 a 1863. Después de esta guerra Carlos Manrique Ulloa, su hijo, de quien se tratan las leyendas de la Hacienda San Carlos, regresó a poner en pie las haciendas abandonas. El doctor Manrique fue médico y uno de los empresarios más importantes del municipio. Se fue a vivir a Subachoque con la idea de establecer allí nuevos negocios agrícolas, pues los animales habían sido abandonados después de la guerra.

Después de una guerra que lo conmovió todo, la gente ya no se sentía tan segura como antes en los campos y seguramente hubo quienes calificaron de imprudente al doctor Manrique, por el hecho de ir a habitar con su familia una hacienda aislada, cercana a terrenos escabrosos cruzados por varios caminos.  Sin embargo él era un hombre confiado, y no había nadie en el pueblo que no lo estimara. Siempre estaba dispuesto a prestar sus servicios de médico a todo aquel que tocara a su puerta. Además, hospedaba a los viajantes y regalaba drogas a quien las necesitara. Fundó la siderúrgica de la Pradera, primera en Latinoamérica; construyó la iglesia de la población y donó los terrenos para la construcción de un colegio que lleva su nombre. En pocas palabras, además de ser un empresario exitoso, fue un hombre que siempre le aportó a la región.
Tenía y no tenía razón el doctor Manrique al pensar que todos lo estimaban;  fue su extrema confianza y generosidad lo que dio nacimiento a la leyenda del forastero moribundo de la hacienda San Carlos. Siempre hay codiciosos que añoran la riqueza ajena y un día cualquiera tocó a la puerta de La Herrera, hacienda en la que vivía por entonces Don Bartolomé Moreno, un llanero, viejo amigo de la familia que cansado de los peligros de los llanos venía a proponerle a Manrique que le arrendara su hacienda: creía que a su avanzada edad debía proporcionarse un modo de vivir exento de peligros y sobresaltos.

Aunque el doctor Manrique lo estimaba, no estaba dispuesto a ceder su paraíso. Pero, como era de esperarse, le abrió las puertas a su amigo y le dio alojamiento en el área pajiza de su casa.  Todas las noches Don Bartolomé le pedía que le arrendara la hacienda: él sonreía y cortésmente le decía que por ahora no. Hasta que llegó el día en que fueron asaltados por una cuadrilla de malhechores, entre los que se encontraban un antiguo paciente del doctor que había visitado su casa varias veces y conocía sus más recónditos corredizos. Don Bartolomé logró salvar a la familia Manrique de los malhechores, saliéndose con la suya, pues como gesto de agradecimiento Manrique le regaló la hacienda que tanto añoraba.

Fue entonces cuando en 1863, la familia Manrique se trasladó a vivir a la hacienda San Carlos, donde estamos hoy reunidos. Manrique remodeló el rancho inicial, adecuándolo como casa para su familia, y construyó el molino de trigo que hoy es una de las reliquias de Subachoque y una huella del desarrollo industrial de la época.
La leyenda cuenta que, desde la noche del asalto, la familia Manrique no fue la misma. Ese día, la señora de Manrique le prometió a la Virgen de las Mercedes consagrarle la criatura que próximamente daría a luz. Poco después de sus plegarias, los malhechores huyeron del pueblo. Cuando ya vivían en la hacienda San Carlos, ella dio a luz una hermosa niña a la que bautizaron con el nombre de María Mercedes (nombre real según el cronista José María Cordovez), en honor a la virgen que los había salvado. Pero, al poco tiempo de haber nacido, la niña voló al cielo dejando a sus padres sumidos en el dolor, aunque resignados porque eran “designios de Dios”.
El doctor Manrique tenía motivos para estar desolado. No le parecía justo que uno de los pacientes a los que había curado,  hubiera amenazado a toda su familia. Sin embargo, su corazón era tan generoso que seguía atendiendo a todo aquel que lo necesitara. Pero las cosas ya no eran iguales: Manrique tenía miedo. Cuanta la leyenda que, después de la muerte de su hija, se obsesionó con proteger a su familia y construyó un túnel para escapar de los asaltos de los forajidos y guardar los objetos de valor. Dicen que el túnel iba desde esta hacienda hasta la casa de los jesuitas, que antiguamente se encontraba donde hoy está ubicada la imagen de la virgen. Sin embargo hasta el día de hoy ningún buscador de tesoros ha podido dar con su ubicación: algunos dicen que el alma de la niña es la guardiana del túnel y que todo aquel que merodea por estas tierras en busca de riqueza, es espantado por su llanto.

Cuentan por ahí que en una noche de lluvia y truenos, en las que parecía que el mundo se fuera a acabar, alguien tocó a la puerta de la hacienda. Era un viajero que, habiéndose caído de su caballo y encontrándose perdido en medio de la lluvia, pedía posada para pasar la noche. La señora de Manrique se asomó a la ventana y al ver que era un extraño convenció al doctor de no abrir la puerta. Los perros ladraban sin parar, como ladraban la noche del asalto. Nadie sabe que pasó con el viajero;  pero lo cierto es que al otro día el doctor Manrique, preocupado por su suerte, lo buscó por todo el pueblo, pero nadie había visto a un señor con tales características. Dicen que desde esa noche el doctor no pudo volver a dormir tranquilamente, pues el fantasma de un moribundo aparecía cada noche lluviosa a reclamarle por su vida. Cada vez que los perros de esta hacienda ladran sin aparente razón, se dice que es el alma en pena del moribundo que sigue deambulando en busca de posada.
Esas son solo algunas de las leyendas que habitan en esta hacienda. Los curiosos que quieren saber más y comprobar con sus propios sentidos la veracidad de estas historias, deberán esperar a que anochezca y los vientos de la montaña traigan consigo las voces de nuestros ancestros que cuenten nuevas y viejas historias.
Fuentes Históricas,
*  Afranio Amortegui :Historiador de Subachoque
* Enciclopedia Histórica de Cundinamarca, Roberto Velandia,
* Reminiscencias de Santafé y Bogotá, tomos I y II, relatos costumbristas de José María Cordovez Moure sobre Bogotá en el siglo XIX.

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